Por Diego Hernán Flores

El imaginario social es un concepto fundamental en las ciencias sociales. 

Introducción

El imaginario social es un concepto fundamental en las ciencias sociales. 

Su relación con los regímenes de seguridad social es relevante para comprender cómo las representaciones colectivas influyen en la construcción y funcionamiento de estos sistemas; este, precisamente, es el objeto de este trabajo, tratando de explicar que los sistemas de retiro pueden ser peyorativos por momentos y en otros ensalzados, pues solo se trata de la naturaleza humana y su pulsión de prever aconteceres, que se canaliza de diferentes formas. 

Recordemos, que la relación entre el imaginario social y los regímenes de seguridad social es bidireccional. Por un lado, las creencias, valores y expectativas compartidas por la sociedad influyen en la concepción y diseño de los sistemas de seguridad social; por ejemplo, las actitudes hacia la solidaridad, la responsabilidad individual y la equidad, afectan las políticas y decisiones relacionadas. Por el otro, la percepción que tienen los contribuyentes de los sistemas y el apoyo a políticas, delimitando un consenso o aceptación a las implementaciones.

I. El imaginario de la automatización.

Un imaginario reciente y arraigado en la psiquis colectiva, se basa en el paradigma de la inteligencia artificial, como motor de autómatas que vienen a suplantar a hombres y mujeres en las labores cotidianas, replegando al ser humano a un mero beneficiario de las labores mecánicas. Si bien, ese pensamiento abarca la seguridad social -ya diremos como- y se encuentra potenciado en los avances tecnológicos recientes, lo cierto que no es ninguna novedad. 

 La humanidad, merced a la propia levedad humana discurre su historia en orden a la obtención de los medios por los cuales los seres humanos día tras día aseguran los recursos de su subsistencia, ya sea consumiéndolos o difiriendo su consumo (ahorrando). Aunque resulte obvio, aun hoy la producción de bienes y servicios es la función central que todo ser humano debe tener por cumplido antes de pasar a otras cuestiones de su existencia y el trabajo es la forma más común de obtenerlo; va de suyo, salvo los reyes o hacendados, todos inexorablemente tenemos el deber de producir lo suficiente para intercambiar por otros productos que aseguren nuestra comida, alojamiento y vestimenta.

Ante esa cifra negra, que nos recuerdan las necesidades infinitas y los recursos escasos, el anhelo de los hombres/mujeres es el de obtener la subsistencia, librándose de lo tedioso, penoso e insalubre de las labores que impiden el desarrollo de las actividades  creativas en la vida humana, pues cuanto más tiempo se requiera para trabajar y subsistir, menos aún resta para la sociabilidad o aprendizajes. Esa, precisamente, es la razón más asequible de porque hombre y mujeres siempre buscaron la automatización como un medio de vida.

Por citar, desde la Ilíada, epopeya épica atribuida a Homero, se mencionan autómatas creados por Hefestos el dios de la metalurgia, dotados de inteligencia y habilidades como sirvientes mecánicos. Otro supuesto, Herón de Alejandría, un ingeniero y matemático helenístico (considerado el mayor inventor de la antigüedad) describió en su obra “Pneumática” un mecanismo de apertura de puertas, considerado el primer mecanismo automático que tuvo como misión relevar al hombre de sus tareas.

En la obra de William Shakespeare, “La Tempestad”, el autor analizó la posibilidad de un mundo totalmente producido por autómatas; es decir, siempre existió la idea de que todas las tareas de producción fuesen llevadas a cabo por personas a quienes se transformó en mecanismos, teniendo solo los habitantes que beneficiarse de ello. 

Es decir, desde siempre existió la pulsión humana a crear mecanismos que la suplanten de las tareas, pudiendo enfocar los deseos y el fluido que representa la vida a tareas más dichosas. Nótese, como lo señalan algunas teorías sociológicas, que el final de la esclavitud se debe al maquinismo y su incipiente automatización como la causa central de su erradicación. Finalmente, aun a riesgo de pecar de un exceso de reduccionismo, es válido afirmar que la visión aristotélica quedó cumplida, pues los telares tejieron solos y los esclavos fueron libres (Ocampo, José Antonio, “Hirschman, la industrialización y la teoría del desarrollo Desarrollo y Sociedad”, núm. 62, julio-diciembre, 2008, pp. 41-65, Universidad de Los Andes Bogotá, Colombia).

En lo tocante a la seguridad social, debo decir que el imaginario colectivo va delimitando diferentes formas de concebir los sistemas. Muchas de los argumento de los mismos fueron fluctuando a través de la historia según las ideas y las modas de los pensamientos; por citar, las formas de la capitalización y de acceso a los beneficios a variado según las épocas y las políticas públicas implementadas.

En nuestro país, no es posible pasar por alto la capitalización privada, tal como se implementó entre 1994 y 2008, no llegando a madurar el sistema ya que fueron estatizados sus fondos antes de que pudiese existir un beneficiario pleno y autóctono. Por diversas razones, que claramente exceden a la propuesta de este artículo, caló en el imaginario colectivo el carácter disvalioso del mismo por sus pocos magros resultados y las altas comisiones de las administradoras de fondo.

Empero, adelanto el final, de la mano de las nuevas APP renació un inusitado interés en la capitalización individual, desde una óptica completamente diferente a la que se instauraron las AFJP: la autonomía de la voluntad y la facilitación tecnológica.

II. Las nuevas tecnologías

Ahora bien, existe además otro condimento a tener en cuenta al momento de medir el impacto de las nuevas tecnologías y la automatización en la vida diaria de las personas, que es la capacidad de los humanos para asequir nuevas utilidades prácticas; por citar, numerosos inventos o descubrimientos pasaron por alto en la historia pues no encontraron asidero de utilidad en la mente de sus potenciales usuarios, más allá de la practicidad que venían a plantear. 

En cierta forma, son cuestiones inherentes a la conducta humana propio de la praxeología (metodología que busca estudiar la estructura lógica de la acción humana consciente de forma apriorística centrándose en el individuo que actúa) derivando a axiomas o principios elementales, inmutables e incuestionables. De hecho, ha ocurrido que tecnologías o ciencias pese a estar disponibles no logran trascender en medios sociales, pues el paradigma en ciernes no contiene las categorías que las contienen. Vgr. de ello, es común citarse que si bien los babilonios descubrieron la pila como fuente de electricidad alterna, ello no tuvo ninguna implicancia pues nadie la imagino con utilidad práctica. 

Otros ejemplos, entre los más groseros, el astrónomo y geógrafo griego Claudio Ptolomeo realizó cálculos sobre la circunferencia de la Tierra con perfección, incluyendo la circularidad, que más allá del descubrimiento, al menos 1500 años debieron pasar hasta su aplicación, pues carecía de lugar en el imaginario de la época centrado en el terraplanismo.

Es decir, toda aplicación humana debe tener acceso a un imaginario social para ser aplicable, ese es un concepto creado por Cornelius Castoriadis, usado en ciencias sociales para designar las representaciones sociales encarnadas en sus instituciones, concepto que se usa habitualmente como sinónimo de mentalidad, cosmovisión, conciencia colectiva o ideología. Lo mismo ocurre con el cambio que emerge a través del imaginario social, ya que el cambio social implica discontinuidades radicales que no pueden explicarse exclusivamente en término de causas materiales. 

Los imaginarios sociales engendran un conjunto de valores, apreciaciones, gustos, ideales y conductas en la conciencia de las personas que conforman una determinada cultura; además, se mantiene en interacción constante con las individualidades y se destaca como el efecto de un complejo entramado de relaciones entre discursos y prácticas sociales.

No siempre es el mecanismo o el sistema el que debe entrar en el imaginario, si no que a veces aun a riesgo de caer en desilusión, se efectúan productos a la medida del imaginario, y la seguridad social no es la excepción. En otras palabras, se hacen las cosas que la gente quiere ver o escuchar, sin perjuicio de su gravosidad.

Por citar, recientemente una pseudo científica Elizabeth Holmes basado en los desarrollos tecnológicos plausibles en la imaginación de la gente creó una empresa de nombre Theranos, que supuestamente había ideado una máquina que facilitaba al punto de lo risible los análisis clínicos abaratando los costos; más allá de lo absurdo de las circunstancias y lo delictual de las mismas, lo notorio es la capacidad para engañar a científicos, empresarios médicos y periodistas, ya que si bien era imposible que funcionase por violar -directamente y sin más- las leyes de la hemodinámica se insertó en el imaginario de la IA y la robotización, temas de enorme avidez en la sociedad por donde fue fácil insertar el ardid (Holmes fue condenada a 11 años de prisión en 2022).

En otras palabras, el imaginario colectivo además de ser un lugar de recepción es el ámbito donde se canalizan los deseos de una sociedad que tiene como basamento los estímulos del medio, las expectativas y las creencias de las personas; ello, por cierto, no es ajeno a la seguridad social, como tampoco a otros aspectos de la vida de las personas y de las instituciones.

En ese contexto, no pueden tenerse las apreciaciones u opiniones como categorías pétreas o compartimientos estancos, pues los valores, las creencias, las preferencias y las opiniones mutan como los vaivenes de la historia. En definitiva, se trata del imaginario.

III. El retorno de las ideas perimidas

Ciertamente, en todos los ámbitos de las ciencias sociales las teorías y las hipótesis de explicación en desuetudo regurgitan como una nueva verdad revelada, como bien lo refirió Hans Gadamer en su obra “Verdad y Método”: la historia es transferida desde el  pasado al margen de la razón. Las categorías no son estrictas y la interpretación en base a nuevas variables de la historia es la llave del presente.

En el campo de mi profesión, la abogacía, muchas veces con cierto resquemor vuelven teorías que se encontraban completamente superadas por la ciencia y la argumentación moderna principalmente, cuando no por la ética y la moral. Propiamente, ejemplo de ello es el retorno del lombrosianismo de la mano de la ciencia genética o la reversión del estado y filiación de las personas (hasta hace poco inmutables) por las pruebas de ADN sobre cuerpos inertes, aun después de muchos siglos. 

Desde ese punto, ciertos conceptos del ámbito previsional parecieran haber retornado. Uno de ello, en nuestro medio es el de la capitalización individual, de la mano esta vez de la flexibilización legal de las recientes disposiciones del BCRA para la apertura de cuentas concomitantes y de las aplicaciones que facilitan las inversiones desde la comodidad de un teléfono celular.

Concretamente, nuevas aplicaciones permiten la compra y venta acciones en forma legal de una simple operación informática, lo que con la enorme capacidad visual de los diseños gráficos despliegan el vaivén de los precios y los tipos de portfolios, haciendo deseable la inversión de fondos jubilatorios. Poco a poco, de la mano de la creencia que no hay nada mejor que la autonomía de la voluntad, va creciendo la idea de que la capitalización individual no solo es una forma posible y sencilla de ahorrar para un retiro, si no que además es sencillo, práctico y alejado de cualquier intromisión estatal.

Actualmente, todos los ciudadanos tienen acceso a una cuenta de inversión con solo completar un formulario en una página web o app de celular, lo que provocó una bancarización masiva casi instantánea. 

No voy a teorizar aquí sobre si es bueno o es malo ese resurgir, o si es acertada o desacertada la inversión de utilidades de retiro, si es correcta o incorrecta la autonomía de la voluntad en este campo. Pero si haré hincapié en que el sistema de previsión posee una naturaleza solidaria, universal, integral e irrenunciable, cualidades que desconoce completamente una inversión personal en un titulo más o menos fluctuante y que más allá de los tristes resultados de magras pensiones y de la sensación de fracaso histórico no es culpa de los sistemas, pues no son metafísica las reglas que lo gobiernan, si no desacertadas políticas públicas. 

Me detendré ahí, pues la finalidad está cumplida con afirmar que el imaginario social en este momento admitiría de consuno la capitalización individual, esta instaurado y de alguna forma debe ser admitido y regulado. 

En esencia, los regímenes de seguridad social moldean las experiencias de las personas y sus familias. La cobertura médica, las pensiones y otros beneficios afectan directamente la calidad de vida y la percepción de seguridad. Los programas de seguridad social pueden reforzar o desafiar ciertas representaciones sociales. Por ejemplo, un sistema que promueve la igualdad y la solidaridad puede fortalecer la idea de una comunidad cohesionada. En resumen, el imaginario social y los regímenes de seguridad social están entrelazados. Comprender esta relación nos ayuda a diseñar sistemas más efectivos y a considerar cómo las creencias colectivas influyen en su implementación y éxito.

Volviendo a las APP de inversiones bursátiles facilitadas para ciudadanos de a pie (como el que suscribe). Tal vez la solución sea una capitalización optativa a partir de un aporte obligatorio?

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